MANOJOTA, UN AMIGO MUY ESPECIAL

Hacen ya muchos años, cuando yo era una niña, vivía en El Pueblo un señor a quienes todos los niños de mi cuadra queríamos también mucho. Era un señor mayor, un poco gordo y canoso, pariente de papá. Algo así, como un tío lejano. Casi siempre vestía de color marrón y usaba sombrero. Tenía muy buen humor, y cada vez que nos veía jugar a los chicos de la cuadra, nos saludaba con mucho cariño y nos preguntaba cómo había estado la tarea. Y siempre pasaba por la acera, pues vivía cerca.Un día se le ocurrió llevarnos a comprar caramelos y chocolates a un abasto cercano a nuestra casa. Y sucedió, que de allí en adelante, cuando alguno de nosotros lo venía venir por la esquina, gritaba, alertando al resto del grupo:-Ahí viene Manojota!Entonces nosotros corríamos a su encuentro, seguros de que siempre nos regalaría algún dulce. Y sucedió que siempre fue así, sólo que cuando tenía poca plata, nos fijaba una cantidad a cada uno, y teníamos que ajustarnos a la suma determinada por Manojota; pero cuando guardaba silencio, llegábamos a la conclusión de que no teníamos límites en la adqusición de golosinas.Un día Manojota no pasó por nuestra calle, y tampoco lo vimos al día siguiente, ni al otro.Entonces de verdad nos preocupamos, pero no por los dulces, sino porque él era muy dulce también con nosotros. Entonces nos reunimos todos los vecinitos de la cuadra y, muy afligidos le preguntamos a mamá, por qué no habíamos vuelto a ver a Manojota.-Está enfermo, niños. El señor Herrera -que ese era su apellido- está en el hospital. Lo operaron del corazón esta semana. Pero no se preocupen que salió muy bien y pronto se ira para su casa.Entonces todos los niños nos pusimos de acuerdo para ir a visitarlo. Esta vez entre todos reunimos el dinero que teníamos en nuestras alcancías para comprarle a Manojota unas pantuflas por lo bueno y cariñoso que había sido con nosotros, y nos fuimos con mi papá a ña clinica. El se ofreció a llevarnos en la camioneta, pues éramos muchos.Cuando Manojota nos vió, se emocionó al vernos, pues no se imaginaba que nos habíamos enterado que estaba enfermo. Y sucedió que siempre, mientras estuvo convaleciendo de su operación, fuimos siempre a verlo y a contarle alguna historia. Además también le llevábamos algún regalito: un dibujo, un caramelo o una poesía, pues él se había convertido, además de nuestro amigo, en el abuelo del grupo.Y colorín, colorido, todos dimos gracias a Dios porque la enfermedad se había ido.
Tía Mymi

No hay comentarios.: